Por: Rigoberto Hernández Guevara

Ubicado en el centro histórico de la capital de Tamaulipas se encuentra el mercado “Pedro Argüelles”. No es un viejo mercado que digamos, si lo comparamos con otros mercados del país, y sin embargo este tiene su historia.

Una historia triste la de esa manzana donde se encuentra el mercado entre el 6 y 7 Hidalgo y Morelos. En el mero centro capitalino.

Resurgió luego de sobrevivir a dos incendios- el último en 1977, que por poco lo extingue-, y a partir de esa fecha muchos victorenses recuerdan que este mercado de nuevo se convirtió en el centro comercial preferido de los turistas y lugareños.

Sin embargo hoy por hoy los victorenses son testigos de su agonía, luce olvidado, como un montón de escombro sobre el centro de la capital.

Fundado en 1907, este mercado hasta fechas no muy lejanas contaba con 147 locatarios, pero de ellos quedan pocos.

Ha sido despiadado el paso del tiempo y las contingencias; pero también la falta de mantenimiento, que ha hecho que muchos dueños cierren sus puertas, según ellos esperando nuevos tiempos, otros se marcharon para siempre.

En el segundo piso de lo queda del mercado, hay aún tres negocios, ya también quebrando. Se nota por lo ralo de sus mesas ahora, por la poca clientela y la reducción o despido de los empleados, pues hoy el negocio es atendido por la misma familia.

En el piso aún se escucha el espectro del pasado, recuerdos que se han quedado para salir al paso de quienes se atreven a subir a este solitario sitio.

Desde el segundo piso se ven los techos de las carnicerías y puestos de frutas, yerberas, entre otros polvos.

Los techos se han ensombrecido con el polvo oscuro del humo.

La historia del desahucio incluye que, tanto locatarios como autoridades, se aferran en sus posiciones y ha sido imposible establecer un proyecto para la remodelación o demolición y construcción de uno nuevo.

Tal vez la verdadera manzana de la discordia sea que tanto locatarios como el mismo ayuntamiento, se pelean la propiedad o al menos los derechos sobre el terrero en que fue construido este mercado.

En la cáscara gris acumulada lentamente, aposentado en los techos, en las esquinas, recargado en las paredes se ha dado el diálogo entre autoridades y locatarios, pero siempre falta voluntad, y esa es la realidad.

El mercado «Argüelles” hoy da un mal aspecto a la ciudad, por donde quiera que se le vea. Sus muros lucen hoyo sobre hoyo. Las paredes gruesas mantienen grafiti sobre grafiti, rayas de hace muchos años. Los pisos se han descascarado y lucen purulentos, proclives a una caída.

Hay escaleras que dan al estacionamiento abajo del primer piso. “No vaya si puede evitarlo”. Es la recomendación más generalizada entre los compradores y los propios oferentes.

El estacionamiento es un centro de reunión de potenciales accidentes, igual hay una fuga que basura acumulada de varios días. “Huele bien feo”, dice una señora. Y sí. Una gran montaña de bolsas, cajas de basura compuesta está a la intemperie al interior de este inmueble.

Eso no es nada si lo comparamos con el potencial riesgo que tienen las instalaciones eléctricas del lugar, otrora emblemático para los turistas.

Y no tan lejos. En otras ciudades del mismo estado hay excelentes mercados. Aquí ya se cambiaron los rubros, los giros comerciales, el mismo concepto del mercado.

Prevalece como un heroísmo digno de encomio una pollería: la «Quinsal”, una de las más tradicionales de esta ciudad; cuando debiera haber más, por tratarse del mercado público que ofrece su servicio a la ciudad.

También es complicado el negocio para los fruteros, nos platican ellos mismos cada que los entrevistamos. Ahora la fruta llega por una serie de intermediarios: “Incluso no podemos salir nosotros mismos a comprarlos”.

Envueltos de esa manera en una trampa en la cual tal vez nunca repararon, ahora la realidad se vuelve lenta y perniciosa sobre un edificio que amenaza con caer física y económicamente.

“Todavía vienen los ejidatarios”. Nos dice una señora que vende jugos. Vienen al jugo y piden jugo de los nuevos, de los combinados. Ya no son los mismos ejidatarios de antes. Ahora se les puede ver en Liverpool o en otros grandes centros comerciales. Aquí al mercado vienen a dar la vuelta, luego regresan en sus camionetas.

Otra razón de este largo desahucio del histórico mercado se debe a la competencia terrible de vendedores ambulantes que se mueven ágilmente como hormigas en el mundillo subterráneo.

En el segundo piso donde nos rebasó el asombro ante la situación del mercado local. No puede ser más inhóspito. No hay nadie recorriendo los pasillos que rodean en una especie de mezzanine los locales cerrados. No hay diálogos de personas preguntando por el precio de los zarapes o el sombrero de charro, por el típico balero o el esqueleto de madera que baila en el aire.

Los locatarios recuerdan con nostalgia los buenos tiempos, cuando tenían empleados y se les pagaba puntualmente, aunque en los años 70’s serían por ahí de 20 pesos el jornal. Con esa cantidad bastaba para mantener a una familia y mantener el empleo. Que es finalmente en lo que debieran de pensar los involucrados en este momento. Y tal vez mejoraría este servicio para que le fuera bien a la ciudad y les fuera viene a los locatarios.