Faltan unos 15 metros para llegar a la esquina, veo el bordo del cuarto y en sus orillas la otra calle, la que sale de la ciudad como todas, pero esta me lleva.

No sé si llegaré, no me siento seguro. Antes lo fui contra cualquier cosa o desavenencia que se me presentara, era hasta cierto punto de esos que llaman temerarios, casi héroes urbanos.

Pero eso es historia y no es graciosa a esta hora en que avanzo arrastrándome por el pavimento duro y rasposo, lesivo conforme talla el cuerpo y el alma. Por momentos pienso y casi estoy seguro que antes que yo, es el alma quien avanza. Solo así me explico.

A veces tiene uno problemas de comportamiento y cuando se es niño hace cosas peores que esta de arrastrarse por el suelo, se desarrolla así, incluso.

No hay días light para quienes así nacieron, siempre destapando un algo, descubriendo un infinito invisible y muy lejano, muy inexistente ya de tanto estarlo hojeando.

Son los últimos metros de mi vida, pues después de la esquina al dar la vuelta no hay un futuro asegurado, se vislumbra luz como las que se observa en esta cuadra, pero no hay nada. Quizás allá haya nada, pero hay que ir a ver, es lo único que queda.

Me duele una parte del estómago de las veces en que logro levantar la cara por un rato. Luego descanso con un brazo abajo del cuerpo y el otro en alto, por encima de la cabeza. La gente pasa por los lados. Piensa que soy un indigente.

Mientras piensen que soy un indigente no me harán nada, pasarán de lado sin molestarme pues saben de lo inofensivo que se vuelve uno. Si me reconocen posiblemente me maten.

La calle aunque es larga, todavía le faltan algunas cien cuadras hacia adelante, tiene esta esquina adonde quiero llegar. Más bien quiero que no me sigan viendo quienes me siguen, arrastrándose igual que yo, iluminándose unos a otros, golpeándose, viéndose las caras, perdonándose para poder sobrevivir.

Antes de separar el trigo de la paja y de hacer grandes cosas, yo mismo quise hacer este deambular por el suelo y el inframundo. De qué otro modo se conoce el invierno si no se tiene frío.

La noche arrasa con el tiempo, con el suelo, con mis manos secas que no se sienten, que no se buscan para acompañarse, sino que crecen como lagartos y salen de los lados y ahora se posicionan en el grueso suelo y avanzan lentamente.

Levanto la cara y la lluvia deja caer a propósito gruesas gotas de agua que empañan los lentes impidiéndome ver con claridad la luna. Levanto la cara para encontrar mi existencia, para implorarla, para deplorarla, para arrancarla de esta patria, para surcarla como piedra.

Una bolsa de plástico moja una hormiga que nada desesperadamente en contra del aire de la nación, sugiero seguir. Me mira, es una evidencia que nos podemos comunicar con un poder que no entenderíamos.

Hay dos cuartos negros y un espejo donde paso desapercibido en la noche, la soledad ahora es la dueña. Las casas muestran su verdadera forma delirante, sus formas de morir y de encajar en el concreto.

Es una hora antes, luego estaré del otro lado como siempre, como antes, o como estoy durante el alquitrán, sangrando, a la orilla de una playa de asfalto.

Este es en principio la historia, la historia advertida, es la derrota anunciada, el triunfo de la nada, el caído poder, el verdadero poder, el endiosamiento, el sol, la cruz, la delirante guantada, el nocaut, el sueño alcanzado.

HASTA ENTONCES