Uno de mis más viejos recuerdos escolares es la libreta con tapas blancas y letras negras que decía DIF por el frente y atrás venía el nombre de Carmen Romano de López Portillo debajo de una tabla de multiplicar. Así supe que esa señora era la “Primera Dama” y que así se le decía por ser esposa del Presidente de la República.

Los niños supuestamente “más pobres”, (en realidad la mayoría en el pueblo vivíamos casi al día), iban antes de llegar a la escuela a desayunar en un comedor muy cerca de la presidencia municipal y cuando llegaban a la clase nos regalaban, a los que no teníamos ese privilegio, el mazapán que les daban como golosina, era de color rosa, muy duro y sabía a leche con fresa, supe entonces que esos alimentos los mandaba Doña Carmen Romano.

Los adultos decían, que esa señora y que José López Portillo, habían estado casados, pero se habían separado y que había ido a sacarla del burdel donde ella vivía cuando lo designaron candidato porque no podía ser Presidente de la República sino tenía esposa y ahora que era Primera Dama quería parecer muy elegante y exageraba el maquillaje, pero seguía pareciendo mujer de la calle.

Fue entonces cuando en mí, surgió un sentimiento ambivalente, no entendía como esa señora que daba mazapanes y nos mandaba libretas de regalo podía ser una “mala mujer”. A pesar de ello, la gente la consideraba buena persona, porque era la Primera Dama.

Después llegó doña Paloma Cordero de la Madrid, muy querida por todos por ser una mujer discreta, abnegada, ejemplo de madre y esposa, eso decían los adultos. Luego vino Cecilia Ocelli de Salinas quien gozaba de una buena imagen social.

De triste memoria y la más gris de estos últimos sexenios es tal vez Nilda Patricia Velazco de Zedillo, de la que solo recuerdo el chiste producto del rumor de que era alcohólica porque cada noche se echaba un Presidente.

Marthita tuvo una actuación confusa por empezar el sexenio foxista como vocera de la presidencia y terminarlo como esposa por lo civil del Presidente, siempre fue la burla social por su romance en los Pinos; después Margarita Zavala de Calderón, quien en la vox pupuli reivindicó el papel de las primeras damas con una imagen mediática destacada, donde se ponderó su sencillez, inteligencia y trayectoria política junto a su marido.

Y finalmente el cuento de hadas, entre la actriz de telenovelas y el político exitoso, fue muy bueno como show mediático, pero nuestra sociedad mexicana conservadora nunca aceptó que, en términos de esposa del Presidente de la República, una actriz de medio pelo que se besuqueaba con todos en la televisión y hacía calendarios para caballeros en poca ropa fuera la Primer Dama de la nación además de ser divorciada y con dos hijas.

Así, mientras el sexenio Peñista fue avanzando, la imagen de Angélica Rivera de Peña se fue diluyendo frente a cámaras y solo aparecía en ocasiones estrictamente necesarias para convertirse inmediatamente en gran cantidad de memes en redes sociales por su vestimenta, gestos o palabras.

Seguramente todas las anteriores habían cometido excesos, pero a esta última, la Gaviota, llamada así por el personaje de su último protagónico en telenovela; tuvo el infortunio de ser esposa del Presidente en un momento de apertura periodística y democrática y terminó malquerida por la mayoría de los mexicanos al conocerse sus compras, casas y viajes.

Las fotos que de ella se publicaron hace algunas semanas comiendo en una terraza en el centro de París, avivó nuevamente la llama de la denostación señalándola como una mujer que se da la gran vida. Pero al mirar la foto detenidamente y sin pasión desmesurada, su cara denota tristeza.

En verano, en París hay cientos de mexicanos de vacaciones y ella sabe que, cualquiera puede reconocerla si se sienta en una terraza del centro, mientras que su marido estaba de vacaciones, pero en México.

Me parece que la última Primera Dama desea que su show mediático termine, volver a ser ella, tomar coca cola como se aprecia en la fotografía y vacacionar en un destino donde raramente el jet set mundial se deja ver. Su despilfarro no ha sido su pecado, sino representar un papel que se desgastó, porque aun en tiempos de doña Carmen Romano, se respetaban y muchos las queríamos.

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