Hace ya muchos años unos amigos argentinos en el exilio me hablaban de que la política en el Cono Sur oscilaba como un péndulo entre la llamada izquierda y la derecha, lo que permitía a las oligarquías reinar sin mayor problema. Hoy pienso que estos términos están demasiado desgastados y que si quisiéramos dar una definición de ambos conceptos quedaríamos en ridículo. No puede ser de otra manera, lo que en algunos países pueden considerarse como medidas radicales de izquierda, en otros se consideran tímidas reformas y lo que se mira como una política autoritaria de derecha sería tan solo vida cotidiana en otras circunstancias.

Esta es la situación cuando se pretende comparar a dos figuras que recientemente han ocupado la presidencia de los Estados Unidos como son Obama y Trump, el hecho de pretender compararlos podría pensarse que uno es la némesis del otro, pero no es del todo cierto esta afirmación, por lo que tendremos que comenzar por ver las aproximaciones entre ambos: para comenzar diremos como afirmaba D. W. Eisenhower al hablar del partido Demócrata o el Republicano y la respuesta fue simple: “los republicanos creemos en un conservadurismo dinámico y los demócratas en un liberalismo conservador”.  En efecto en ambos casos el interés por preservar a Norteamérica y proteger sus intereses opera como un punto de acuerdo común entre ambos.

En efecto, cualquiera diría que no hay nexos comunes entre Obama y Trump, sin embargo la Realpolitick se impondrá siempre, hablemos primero de la protección fronteriza del famoso muro entre México y Estados Unidos que es un proyecto de muy largo plazo que tiene sus orígenes con Bush, continúa con cientos de kilómetros bajo la administración de Obama y se convierte en obsesión pública con Trump, pero hay que decirlo de una buena vez son variaciones sobre un mismo tema.

El tema de la deportación de los migrantes ilegales le corresponde hasta ahora a la administración de Obama, pues en sus ocho años en la presidencia de Estados Unidos logró la deportación de 2.7 millones de personas, donde el 40% no tenía antecedentes criminales. En lo que si habría diferencia es en el marcado carácter racista propio de Trump y en la intensidad y propaganda de su propuesta, lo que volvería a Obama en hipócrita y a Donad Trump en cínico. Pues en ambos casos la reforma migratoria no se ha dado, porque el primero montó el aparato antiinmigrante y el segundo lo está haciendo funcionar a su máxima capacidad.

En materia de Comercio Exterior la existencia de bloques económicos ha sido un tema toral en las relaciones hacia sus aliados, por lo que no podemos negar que en la pasada campaña presidencial el tema del Tratado de Libre Comercio y los términos de intercambio con respecto a Asia y la Unión Europea reclamaban de profundos ajustes que los favorecieran y en ello no podemos esperar que el imperio quisiera ceder un ápice en materia de la defensa de sus intereses, por lo que en este sentido la variación sustancial estuvo dada por el abandono de la vía negociadora por la imposición de una propuesta vertical sobre el adversario hecha por Trump, lo cual rompe por así decirlo el ámbito de la negociación que se había establecido en regímenes anteriores, pero no la línea de intención.

La diferencia real entre ambos estriba en que Obama incumplió las promesas en materia de reforma migratoria, medicare en sus términos originales, crecimiento del empleo, mejoramiento del nivel de vida de vastas mayorías y disminución de impuestos. Privilegiando en cambio a los grandes consorcios financieros y automotrices principalmente debido entre otras cosas a la gran crisis del 2008. En cambio tanto Obama como Trump incrementaron el presupuesto de Defensa y continuaron las guerras en Iraq y Afganistán heredadas de las administraciones anteriores. Lo curioso es que una de las promesas más significativas de Obama fue el retiro en tan solo unos meses de esos escenarios de guerra y esto no ocurrió.

Bajo estas líneas pensaría que la verdadera diferencia entre ambos estriba en que Obama es un ilustrado de Harvard y tiene discurso capaz de despertar expectativas en las masas, tan es así que en su primer año y sin mayor mérito obtuvo el premio Nobel de la Paz. Mientras que Trump es un sujeto sin mayor educación, brutal y vulgar en sus términos e incapaz de pensar más allá de los negocios, pero ese es el nivel también de sus seguidores y no son pocos.

Ahora bien, esta diferencia más allá del partidarismo y del peculiar carisma de cada uno de ellos, ¿qué representa para el mundo frente a estas elecciones de medio termino? Para comenzar Obama se vuelve a colocar como líder de los demócratas con la esperanza puesta en promover a su mujer en la Casa Blanca y eso lo hará enfrentarse de nuevo como en 2008 con los Clinton. No olvidemos que aun cuando apoyó a Hillary en el 2016, su discurso careció de la fuerza de los hechos frente a un electorado desencantado por el incumplimiento de sus promesas. A su vez que tanto también los Clinton querrán impulsar la candidatura de su única hija.

En fin, ni la derecha, ni la izquierda entienden el mundo de hoy, tan híbrido, descarnado de principios e ideología, pragmático y negociador hasta el descrédito, lo que nos hace mover en un mundo donde no hay correspondencia entre intención y hecho, lo que hace que dé lo mismo un Obama que un Trump, un Bolsonaro o un corrupto Lula da Silva y podemos seguir así enjuiciando a los que formalmente gobiernan al mundo, donde la consistencia de la palabra se ha perdido y la promesa es solo una retórica de mercadotecnia, capaz de impulsar solo a los ingenuos que piensan que problemas ancestrales los puede resolver un líder a voluntad. Ignorando en todo esto a los verdaderos factores reales de poder que ante cualquier amenaza real a sus intereses actuarán e impedirán cualquier acción que los afecte.

Lo cual no significa que estos grupos en la sombra sean invulnerables, que carezcan de contradicciones, pero una cosa es cierta gane quien gane estas elecciones intermedias no avanzará más allá de los intereses marcados por las élites dominantes y estas actuarán de acuerdo a la capacidad de convocatoria de un electorado que siempre oscilará en el péndulo de sus circunstancias, lo cual representa que a un líder de izquierda lo sucederá uno de la llamada ultraderecha en una peculiar dialéctica de sucesiones.