¿Y si es al revés y los simios descienden de nosotros, es decir que somos sólo unos instantes antes del mono? Todo puede pasar. Habrá quien opine lo contrario, que apenas venimos del mono. ¿Qué opinarán los monos?

Hay quienes ya caminan como monos, gesticulan como monos y en silencio hacen travesuras. Otros, cuyas condiciones sociales se lo permiten, están en su pequeño reducto o manada de animales todo el tiempo, por pánico, por sobreviviencia, no por desarrollo. Tienen miedo.

Según Levi-Strauss no existe mucha diferencia entre esta sociedad y la de la época primitiva:
«En nuestras sociedades actuales, cuando nos encontramos con costumbres o creencias que nos parecen extrañas o que contradicen el sentido común las explicamos como los vestigios o reliquias de modalidades arcaicas de pensamiento. Por el contrario, yo creo que dichas modalidades de pensamiento siguen vivas entre nosotros. A menudo le damos rienda suelta y coexisten con otras formas de pensar, más «domesticadas», como las que se incluyen bajo el rótulo de ciencia».

La farsa de la modernidad permite al hombre aventurarse en los entrepaños del ensueño de una vida irreal y fantasiosa. Y cuando la realidad se hace latente, su mente no la comprende. Se comprende el bien y el mal, que es uno solo. Sin juzgado ni juzgador, mucho menos castigo. Pero entenderlo es un principio fundamental de la comprensión a la cual aún no arribamos.

Luego entonces, en esta época de escasos valores en el contexto universal, el uso del pensamiento racional existe, pero sin desarrollar. Quedan muchas preguntas hasta ahí. Así quedarán.

Entre tanto, el hombre entronizado, justificado y legitimado por el ciclo de vida, es bueno sin una opción cercana a su extinción. Entre el autoflagelo y la antropofagia. El pensamiento rebasado no ha comprendido el objetivo del ser, ni siquiera al sujeto.

El próximo ciclo en la vida del hombre podrá arribar a grandes estados tecnológicos ubicados en la caverna primitiva de su cabeza.
Mientras tanto, el cuerpo está preparado para el autoconsumo, comerse a sí mismo, empezando por la grasa, el agua y los músculos. No quedarán ni los huesos.

Nos cabe poco la idea esa de ir formulándonos preguntas en cuyo tiempo no hay espacio para las respuestas.

Temas como el aborto despuntan hoy como una oportunidad del gobierno para culparse por no prevenir a sus jóvenes y en el caso de las madres solteras resolver en la estancia de un programa de bienestar social, sin que todo ello redunde en la conciencia social o familar, ante la posibilidad de un asesinato.

Hacemos lo que siempre hemos hecho como sociedad, pues reaccionamos a los mismos impulsos de una deidad, o a las influencias marcadas por el signo de la comodidad y el desenfreno.
Y así están las ciudades del mundo, ocupadas por militares propios y legionarios extranjeros, con banderas de toda índole, las imposiciones de los nuevos gobiernos, con el conocimiento del ser y el necesitar, el ogro de la filantropía y el ajuste de cuentas entre los países.

En el orbe, el crimen se pasea por los genes de las próximas generaciones. Lo esencial del hombre no se ha respetado por el afán de gobernar, tener poder y dinero.

En un país como el nuestro, el tener dinero o no tenerlo, para una persona es vano si no tiene cultura. La naturaleza aporta a cada uno el talento para disfrutar la fortuna o vivir sin ella. Pero las autoridades oficiales, preocupadas por el mantenimiento de su estatus, han bajado los niveles educativos, o se los han transformado en sistemas de control masivo.

Condiciones como el de «libertad», cada vez tienen espacios más reducidos para manifestarse. Como gente cercana a los simios, no sería raro que algunos de pronto comenzáramos a trepar a los árboles, con un lenguaje cifrado, pero entendible a señas, con imágenes del mundo que hemos creado sin saber con qué propósito. Como el de las redes sociales.

Sé que hay algo de ficción en este texto. Pero la metáfora alcanza para el análisis, una forma de mirarnos es observar cómo hemos cambiado en relación al remoto pasado. Quién se equivoca menos al concluir la vida, si uno la vive para no comprenderla y en esos azares, tan discímbolos como naciones hay en el mundo, poder decir una sola palabra en la que todos coincidiésemos. ¿Dónde ha quedado el sentido común que vaya a la par del humanismo, la ciencia y la tecnología?

Ya vimos que el raciocino convertido por nosotros mismos en una serie ancestral de repeticiones de comportamientos, y en deterioro, se han vuelto contra los valores fundamentales.

Habrá sitios con plenas libertades cuya permanencia depende de quitarla a otras sociedades. El fin de estos días se ve lejos. Volver a los monos es cada vez una opción. No eres libre en cuanto económicamente no estás capacitado para serlo cabalmente. O porque el sistema político ahorcó todas las piezas en el tablero, que ya no es un juego, es un gobierno.

La crisis despunta en un dominio mundial, una hegemonía pueblerina cada vez más conformada con la vieja idea de la paz social, como cortina del afán totalizador y del endeudamiento con un gran cerco de la población mundial en situación de hambruna. Con desventajas en torno a sus libertades o las escasas libertades que mantenga, siempre amenazadas.

De esa forma, las tradicionales maneras del crimen y el castigo como bien detalla Michel Faucaulta en su «Vigilar y castigar», aún prevalecen. La tortura tiene sus diversificadas versiones inhumanas, amplias, callejeras y cualquiera las aplica sin juicio alguno. El asesinato se da en las calles. En muchas ciudades se asesina a manzalba por una presunción, se dispara como quien dispara al aire y esto mata a alguien. Sin confesión de parte no hay diferencia entre un criminal y otro provisto por el estado «moderno».

Nada paga muchos de los crímenes cometidos por los soldados y por los policías. Mueren criminales vinculados al crímen organizado, sobre todo, los de más bajo rango, sin ser enjuiciados; a cambio de eso hay los poderosos capos que nunca tocan la cárcel o entran y salen pronto. ¿Qué sociedad es esta?

Y claro aprendimos a realizar alianzas para aplastarnos. Un fuerte se alía con otro fuerte, para hacerle caso a Federico Nietzsche, en el uso del poder y el avazallamiento de uno más débil, que resulta ser la presa.

La academia, las tendencias y corrientes, el socialismo, los capitalismos, los «ismos», han concluido sus versiones y son la ciencia del absurdo. Intentos eficientes para conformarnos en un totalitarismo maltrecho. Evocando a la soledad del individuo, cada vez más cautivo, cada vez más neutro, cada vez más incomprensible e incomprendido, y con razón y muchas otras razones, temeroso.

Según Fredric Jameson: «la no-ideología lo que llama el momento utópico, presente aún en la ideología más atroz –resulta absolutamente indispensable: en cierto sentido la ideología no es sino el modo de aparición, la distorsión o el desplazamiento formal, de la no-ideología. Para tomar el peor caso imaginable, ¿acaso el antisemitismo nazi no se bastaba en el deseo utópico de una vida comunitaria auténtica, en el rechazo plenamente justificado de la irracionalidad propia de la explotación capitalista?».

Entonces, torcida, la realidad de esa manera pareciera decirnos que habría que desaparecer el idealismo y a los idealistas, volvernos básicos, elementales; pero tampoco eso hacemos, ni pensamos, ni lo deseamos ni siquiera lo escribimos.

Pero este ejercicio perverso, de grandes y medianos sistemas, se ha venido ejerciendo desde tiempos remotos por el homo sapiens, especie a la cual pertenecemos. No hay compasión, nunca la ha habido.

El individuo, más solo que nunca, camina con los filósofos de todos los tiempos sobre las aguas de un pensamiento absurdo, lejano, luego obsoleto, fuera de distancia y del tiempo. Mientras volvemos al mono.

HASTA ENTONCES