Se atribuye a Lenin la frase de que “la política es economía concentrada”. De acuerdo a lo anterior quien no sabe de economía, no tiene idea de la política y por tanto no debería siquiera aproximarse a ella. El punto es que día con día la tentación por el poder lleva a aventureros de la política a buscar posiciones para alcanzar fines que no guardan relación con las que las instituciones buscan justificar su existencia. El punto principal es entonces reconocer cuantos yerros hay que enfrentar y hasta qué límite, cuando alguien del todo ajeno al quehacer de construir riqueza y satisfactores para el mundo social, busca dilapidarlos en prácticas clientelares.

Algo que habría que reconocerle a los regímenes anteriores es que jamás pretendieron antes del inicio de su mandato descalificar propuestas; interrumpir obras en marcha bajo consultas amañadas, rompiendo contratos establecidos; atacar a los agentes económicos con medidas sin consulta y sin previsión de consecuencias; hacer presupuestos sin el correspondiente respaldo en los ingresos probables; opinar sobre las fuerzas armadas y decidir sobre ellas sin conocimiento, ignorando los escenarios de riesgo y amenaza ya presentes; fincar la seguridad pública en personas sin experiencia y con el propósito de fincar en el perdón y el olvido las masacres cometidas por el crimen organizado para abrir paso a su amnistía; legalizar la marihuana sin compromiso con los productores, ni tener referencia a los acuerdos internacionales en materia de cultivo, trasiego, venta, consumo y afectaciones. Lo que equivale a la idea de que si queremos que ya no haya más delitos, bastaría con la derogación del código penal, pues a partir de ahí ya no se podría catalogar a ninguna conducta como delictiva y menos juzgarla.

El desconocimiento de los fundamentos del poder nacional que los expertos identifican como poder económico, político, social y militar hacen que con los instrumentos que hoy disponen el poder legislativo y pronto el ejecutivo, piensen que un ordenamiento se tiene que cumplir, así viole disposiciones legales y en ese caso solo hay que cambiar la ley y si alguna ocurrencia no cuenta con recursos, entonces hay que mover de otras partidas, suprimiendo programas establecidos, vendiendo el patrimonio nacional como el caso de la flota presidencial; reducirle el sueldo a los funcionarios y de ahí saldrán los fondos.

Entendamos la riqueza se genera socialmente y se distribuye de acuerdo a nuestro modelo económico diferencialmente y el Estado es por tanto un contrapeso que posibilita que la sociedad no se polarice en los extremos. Pero no mediante el reparto indiscriminado que nada resuelve, sino de propuestas tendientes a garantizar los mínimos de bienestar; generación de empleo; a la garantía de prestaciones; a la redistribución de la carga fiscal y a la creación de fondos que garanticen la continuidad de toda propuesta.

Por su parte Max Weber subrayaba hace más de un siglo “el ejercicio del poder no está en las grandes decisiones, sino en el ejercicio cotidiano de la administración.” En efecto el mayor error consiste en querer cambiar por decreto a la administración pública. Esta es una compleja resultante de redes, intereses y sistemas de poder que manifiesta su lógica en la celeridad de sus acciones o en la omisión de sus tareas, y lo más grave cuando conduce a los directivos timoratos a decidir erróneamente. Ahí están a la vista la aprobación de la ley del servicio público que además de los errores de redacción y de procedimiento parlamentario, ignoran preceptos constitucionales básicos y donde se avecina la catarata de amparos y demandas que harán reventar a la encargada de la Secretaría del Trabajo cuya experiencia se reduce a que sus padres son amigos del presidente y ella enseña en una universidad patito derecho laboral. Reconozcamos pues las instituciones no operan por inercias, sino por acuerdos y consensos que mantienen el equilibrio entre los actores.

De esta manera estamos frente a un escenario inédito donde el régimen actual no dice palabra alguna y cuyo silencio se constituye en aval y un nuevo régimen que día a día erosiona su base de credibilidad antes de tiempo. Sobre esta base la reciente iniciativa de ley para la transparencia y ordenamiento de los servicios financieros, que sin más consulta pretendió hacer pasar el líder de Morena en el Senado Ricardo Monreal, resultó algo más que un error, sino la peor estupidez que obligó a que en horas el propio Andrés Manuel cabeza real de la iniciativa se desdijera y ofreciera que en los tres primeros años no se metería en materia económica. Lo cual resultó peor, pues esto significa que si lo dejan suelto en tres años hará cosas peores.

Reconozcamos entonces y veamos la dinámica del viejo presidencialismo: el régimen de un presidente comienza dos años antes del 1 de diciembre en que toma posesión, en estos tiempos él debe manejarse al menos un año en la sombra para tejer acuerdos entre los factores reales de poder: ejército, iglesia, caciques y gobernadores de los estados y concentradores de la riqueza. De ellos obtiene consenso y recursos. De ahí hay que construir una plataforma de lanzamiento que en este caso no fue el partido oficial, pero si un movimiento que fue Morena por primera ocasión desde el año 2000, cuando Acción Nacional entró al gobierno. Donde la diferencia es que mientras los partidos son permanentes, los movimientos son tan solo aglutinantes y por tanto temporales. Pues en el caso de llegar al poder le quedan los primeros dos años para consolidarse dentro del aparato administrativo y de acuerdos con la diversidad de fuerzas políticas, tanto internas como externas a fin de crear confianza en su gestión y finalmente los dos últimos años son para preparar a su sucesor, pues si este es ajeno del todo a el todo estará perdido.

Bajo esta idea pienso que la certera y oportuna crítica que le planteó un hombre como el Dr. Diego Valadez debería ser escuchada en cada una de sus frases y no creer que es fuego amigo, o una crítica con propósitos inconfesables, o un reclamo chayotero para cumplir con la frase de Porfirio Díaz cuando decía “perro con hueso no ladra”; si de verdad cree que va a lograr la Cuarta República busque construirla mediante consensos, no con ocurrencias. No diciendo que hay libertad de prensa, pues eso es ser indiferente a cualquier propuesta alterna e insensible a la crítica que es lo peor que le puede ocurrir a un político, pues cuando no acepta la crítica fundamentada, el castigo será la burla y esa sí destruye al actor político, a sus propuestas y a sus seguidores.