Escribo estas líneas después de una semana que me ha parecido eterna en redes sociales, pero ligera y breve en el día a día de la vida real.

Con las elecciones se acabó la propaganda política, se acabaron los spots que al final fueron una tunda de dimes y diretes. México salió a votar y a poner en las urnas poco más que un voto, algunos fueron a depositar la pasión, el enojo, la esperanza y la apatía en una elección que fue histórica por muchas razones.

En esta ocasión fui funcionaria de casilla y aunque fue una jornada larga y cansada por tratarse de elecciones locales y federales, me queda la experiencia de haber visto el proceso de la democracia en primera persona. Antes veía con desconfianza a las instituciones encargadas de llevar a cabo las elecciones, ahora me queda claro que muchas irregularidades en el conteo de votos y en el llenado de actas vienen de los ciudadanos encargados de llevar a cabo el proceso electoral. Y no es por alevosía, a veces es por mera distracción.

La noche de ese domingo 1 de julio regresé a casa antes de medianoche y aunque en las casillas que me tocó ver los conteos seguían su curso, desde horas antes ya habían salido algunos candidatos a declararse ganadores y otros tantos a aceptar su derrota. Me sentía aturdida por las actividades del día y me parecía ilógico que a tan temprana hora estuvieran dando por hecho algo que me constaba no podía contabilizarse ni declararse con tan poco tiempo. En fin, el pueblo votó y el pueblo escuchó lo que quería escuchar.

No fueron las victorias ni las derrotas lo que me molestó de estas elecciones, como lo dije desde la semana pasada, lo que me extraña y hasta cierto punto entristece es la actitud de los simpatizantes de tal o cual candidato. Los mexicanos somos malos perdedores y pésimos ganadores. Las publicaciones de los ciudadanos que se consideran vencedores en estas elecciones me hicieron recordar lo mucho que nos hace daño, a veces, tener redes sociales.

Mi muro de Facebook se llenó de publicaciones que hacían burla e insultaban a los simpatizantes de los partidos que perdieron. La pasión por sentirse ganadores hizo que se perdiera el objetivo: se trata de elegir un representante de los ciudadanos para que tome decisiones por el país, no se trata de encontrar una justificación para dividirnos y hacer notar los prejuicios ideológicos que tanto nos afectan.

Lo que sigue es encauzar al país para mejorar, lo que sigue es exigir a los representantes en turno resultados, lo que sigue es comprometernos con la participación ciudadana, política y ética. Lo que sigue es que sin importar partidos ni colores veamos por México, por mejorar nuestro presente con miras a garantizar un buen futuro. Lo que sigue es que seamos críticos y reflexivos, lo que sigue es aprender a dialogar pese a tener opiniones contrarias. Lo que sigue es aprender a perder pero también aprender a ganar.

Twitter: @cybarron