Paris Hilton -que en la actualidad mantiene una relación con el modelo español River Viiperi- no está interesada en la fama desde que Nathan Lee Parada intentara colarse en su casa de Los Ángeles con un cuchillo en la mano en agosto de 2010.
«Fue una experiencia aterradora. Nunca he vivido nada como aquello y realmente me hizo replantearme muchas cosas. Estaba segura de que me mataría si conseguía entrar en la casa. Y ver a alguien con tanto odio en sus ojos, que quería matarme, me hizo cuestionarme algunas cosas y sobre todo me hizo darme cuenta del precio de la fama. En esos momentos, mi vida era terriblemente caótica. Después del ataque decidí que era el momento de apartarme del ojo público antes de que pasara algo peor», confesó la popular figura televisiva al periódico The Sun.
Su pareja de aquel entonces, Cy Waits, acudió en su ayuda durante el incidente y el acosador fue condenado a dos años de prisión en abril de 2011. Sin embargo no ha sido la única persona en obsesionarse con ella, meses después de este incidente, otro fan, James Rainford, también comenzó a acosarla.
«Llegó al punto en el que ya no podía hacer las típicas cosas del día a día. Instalé el sistema de seguridad más avanzado que hay y contraté a todo un equipo de seguridad para las 24 horas del día. Dejé de salir a discotecas y fiestas, y empecé a centrarme en mis intereses empresariales», explicó.
Paris -quien posee un patrimonio valorado en mil millones de dólares- está dispuesta a deshacerse de esa imagen frívola de chica amante de la noche para construir su propio imperio hotelero.
«Habría sido fácil sentarme y vivir de lo que ya ha hecho mi familia pero quería ser independiente y hacer que mi familia se sintiera orgullosa. Ahora estoy trabajando en el sector hotelero y siento que es el paso que debía tomar. Mi abuelo siempre ha sido una inspiración para mí por cómo montó un imperio de la nada. Es algo que me inspira tremendamente», admitió Paris.
1 Comentario
Derek O. Coleman
mayo 17, 2013, 4:02 amPero, naturalmente, no siempre se puede ser razonable. Otras veces, por ejemplo, hacía proyectos de ley. Reformaba las penas. Me había dado cuenta de que lo esencial era dar una posibilidad al condenado. Una sola entre mil bastaba para arreglar muchas cosas. Y me parecía que podía encontrarse alguna combinación química cuya absorción mataría al paciente (el paciente, pensaba yo) nueve veces sobre diez. La condición sería que él lo sabría. Pues, pensándolo bien, considerando las cosas con calma, comprobaba que lo defectuoso de la cuchilla era que no dejaba ninguna posibilidad, absolutamente ninguna. En suma, la muerte del paciente había sido resuelta de una vez por todas. Era un asunto archivado, una combinación definitiva, un acuerdo decidido sobre el cual no se podía volver a discutir. Si por alguna eventualidad inesperada, el golpe fallaba, se volvía a empezar. En consecuencia, lo fastidioso era que el condenado tenía que desear el buen funcionamiento de la máquina. He dicho que es el lado defectuoso. Es verdad, en un sentido. Pero en otro sentido me veía obligado a reconocer que ahí estaba todo el secreto de una buena organización. En suma: el condenado estaba obligado a colaborar moralmente. Por su propio interés todo debía marchar sin tropiezos.